Sobre volver a empezar
Comenzar cualquier cosa —una nueva práctica, un nuevo proyecto, un nuevo amor— es romper el hechizo del estancamiento.
Le quité importancia a un pedazo de mi historia
nada raro lo que todos hacen
para seguir viviendo.
Me salieron muchas canas
compré una silla de escritorio muy costosa
la mejor silla ¿cómo es posible que una silla
te suba el autoestima?
Hablo con chatgpt sobre cosas profundas
me deja perpleja su inteligencia
pero yo puedo sentir.
Algunos días las cosas
me parecen un milagro:
salgo a la carretera y quiero
agarrar las montañas con las manos
no puedo creer que ya no vivo en España
ni que voy a cumplir treinta y siete años.
Siento que llegué a un punto
en el ya no me importa ser elegida
sino elegir.
Me he divertido en las apps de citas
me compré un ipad
subí un páramo
me fui a un hueco
el mismo de siempre
y ya no me gustó.
Mi TDAH se disparó
soy profe en la universidad
voy al gimnasio a las seis de la mañana
soy amiga de mi ex
he tenido pesadillas horrendas
mis amigas me dijeron que estaba usando mucho la frase no soy capaz.
Volví a tomar ayahuasca
tuve que dar un golpe de estado en mi mente
derroqué una dictadora
y rescaté una parte mía secuestrada,
desnutrida, maltratada.
Me gusta regalarme días de soledad
en una casita en el bosque
he vuelto a escribir… joder
he vuelto a escribir
y a leer poesía en las mañanas.
Cuando abrazo a mi gente digo
tiene que durar veinte segundos para que liberemos oxitocina.
Mi palabra favorita últimamente
es ternura.
Lo que termina nutre lo que comienza
Lo normal, lo idílico es que los comienzos se entrelacen con los finales. Es decir, que cuando algo termina, descubramos la chispa de un nuevo comienzo. Pero a veces hay un limbo.
Un limbo necesario y raro.
Un limbo que te pone a gatear como un bebé y a la vez, te aflora la autoexigencia neurótica de correr una maratón.
Algo que aprendí del divorcio es que los finales requieren el mismo cuidado que ponemos en los inicios. Cuando estamos en la fase de conquista y seducción de quien nos atrae, mostramos nuestra mejor faceta. Como un ave desplegando sus alas coloridas en el cortejo. Así mismo tendríamos que ser en los finales.
A pesar del dolor o la confusión o la rabia; a pesar de nosotras mismas, cuidar esa parte del proceso porque es energía que regresa a nuestro universo para ser reutilizada en la siguiente etapa/proyecto/persona [que seremos].
Rick Rubin dice que así como lo inerte se desintegra en la tierra para fertilizar una nueva vida, la creatividad existe en este mismo ciclo de muerte y renacimiento: participamos en él al terminar un proyecto para poder comenzar otro.
Comenzar cualquier cosa —una nueva práctica, un nuevo proyecto, un nuevo amor— es romper el hechizo del estancamiento.
El estancamiento es la adicción inconsciente por seguir haciendo las cosas de la misma manera. Porque así fue como aprendimos a sobrevivir o a protegernos o ser vistas o valoradas. Y al romper ese molde… ufff algo en nuestro interior se rebela.
Los comienzos son los primeros ensayos de la sinfonía de lo posible en nosotras. Somos invitadas a romper patrones y reconfigurarlos para poder habitar la nueva Yo —suena divino en teoría—. Y para eso, se necesita mucha valentía y mucha ternura, pues ningún territorio de la vida expone tanto nuestra vulnerabilidad como un comienzo:
Ya no ganamos el mismo dinero. Perdimos ritmo o estado físico. El cuerpo cambió. Volvimos al campo minado de la soltería. Ya no nos apasiona lo mismo. Nos avergüenza reconocer que tuvimos que parar y ya no sabemos cómo retomar. Todo es novedad y aprender de cero toma más tiempo del que esperábamos.
Reconocer algo a medida que surge, en lugar de saberlo de antemano
En el 2014 conocí la obra de William Kentridge —un artista sudafricano, muy conocido por sus collages, dibujos, grabados y películas— en el Museo de Arte Moderno de Medellín. Desde entonces, he tenido la fortuna de ver más de su obra, en algunos museos del mundo.
Eso de tener un artista favorito es muy difícil de afirmar pero si tuviera que elegir uno, sin duda es él.
Hace poco me degusté despacio y en soledad, su serie Self-Portrait as a Coffee-Pot (la vi en Mubi). Nueve episodios de su genialidad en estado puro en los que Kentridge habita su estudio con su doble, su polaridad. Es decir, con su otra voz.
A veces se queda solo, otras veces observa a su interlocutor desde el otro lado de la mesa, o se dedican a tareas en diferentes rincones del espacio. La mayoría de las veces, discrepan. Uno representa al escéptico analítico, mientras que el otro se dedica a jugar con una idea, un material, pinta y dibuja con un virtuosismo deleitante, rompe, deforma, junta, se ensucia, destruye, reconstruye, cuestiona, anima y empuja las cosas hacia vuelos de fantasía imposibles en las que los objetos cobran vida por la noche y las animaciones se fusionan con la realidad.
La cosa más fascinante que he visto en mucho tiempo. Si antes lo amaba… ahora ni sé cómo nombrar lo que este ser humano me inspira.
Los últimos cuatro meses han sido una curva de aprendizaje para mí. El limbo entre el final y el inicio. En el cual he pensado que si este volver a empezar no se estaba sintiendo como una brisa fresca en bicicleta es porque no estaba haciendo/siendo suficiente. Entonces, recurrí a algo que conozco muy bien:
Comencé a darle toda la autoridad de mi vida a esa voz interior que se dedica a observar como jueza implacable y a estudiar minuciosamente mi desempeño. Esa voz que no me deja dormir, ni crear. Que examina el efecto de mis acciones, rastrea mis éxitos y fracasos, mi apariencia y luego, pasa veredictos que me dejan con apenas confianza, un mínimo de autoestima y sin autocompasión.
El veredicto de un juez interno no sigue reglas. No es tan predecible. Esas voces, se adaptan a la circunstancias, sobreviven a radiaciones y bombas atómicas. Y aparecen en nuestra narrativa al mínimo descuido o distracción y toman el poder, listas para la autodestrucción.
Algo que me causa fascinación de la Gestalt —la terapia que practico— es la posibilidad de habitar las propias polaridades y cambiar de narrativa. Uno puede estar en guerra interior por años o toda una vida. O puede sentarse a dialogar, a reconciliarse e incluso a nutrirse de sus propias incoherencias para crear como hace William Kentridge.
Construimos nuestras propias prisiones y nos convertimos en el carcelero y al mismo tiempo tenemos la llave del candado en el bolsillo mientras estamos dentro.
Poco a poco he podido desplegar en la mesa —así como hace Kentridge— todas mis herramientas con la inocencia de quien no sabe pintar pero aún así pinta. Y he ido rompiendo el hechizo del estancamiento. Incluso a medida que me libero de él, hay un eco que se burla: vas muy lento.
Como me dijo el Taita Salvador:
el arte de aprender a ser uno mismo y
a distanciarse de uno mismo.
Reconocerse.



En el episodio tres, Kentridge sostiene una conversación consigo mismo en la que concluye que en el proceso creativo, la categoría del reconocimiento es más importante que la del conocimiento. Reconocer algo a medida que surge, en lugar de saberlo de antemano, es la verdadera obra de arte.

Pasará. Siempre pasan esas crisis que agitan nuestras mentes y justamente eso, es lo que hace que tengamos la sensación de que hubo un mundo/un Yo que existía antes y de uno que vino después.
Así como nuestras vidas están moldeadas por esos finales necesarios —por lo que elegimos dejar ir—, también lo están por cómo elegimos volver a empezar, por oscuro que sea el precipicio de lo nuevo.
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CARO.
Te he seguido y admirado por años, compré La Pausa en su primera edición. Una vez hace ya harto rato (pareciera ayer pero no) noté que estabas pero no estabas. No lo sabría explicar pero parecía que te habías ido. Algo había cambiado, parecía áspero. Hoy te leo y siento que regresaste y algo dentro de mí también regresa contigo. Me siento llena de alegría al leerte y no sé por qué. Quizás las letras entregan más conexión de la que puedo entender. Gracias por volver y compartir el viaje con nosotr@s 🥺💙
Caro gracias por ponerte en palabras y narrar la complejidad humana que te atraviesa a ti y a todos ❤