Cuando la creatividad y las relaciones se oxidan por exceso
La capacidad de notar lo que no es obvio es la raíz de la creatividad. Pero para ver más allá a veces hay que desconectar e incluso marcharse de ciertos lugares.
Si te soy honesta, llevo semanas preguntándome “qué carajos tengo para decir” en mi newsletter mientras ando:
Desconectada de redes sociales.
Haciéndome muchas preguntas sobre la amistad.
Teniendo una pequeña crisis con la edad por primera vez en la vida.
Viendo series sobre mujeres infieles que exploran sus deseos.
Escuchando playlists de dancehall.
Horneando galletitas y leyendo sobre neurociencia.
Recuerda por qué empezaste
Elogio a la cotidianidad comenzó hace 8 años (¿8 años wtf…?) en mi cuenta de instagram como un reto de escritura de 100 días acerca de la belleza y la inspiración que ocurrían en mí cada vez que prestaba atención.
En algún momento intenté compilar los Elogios, que llegaron a ser muchos más de 100 y autopublicarlos como libro pero pasaron cosas.
Muchas cosas a la vez.
{ Migré y me vine a vivir a España, una persona cuyo visto bueno era importante para mí en aquel entonces me dijo (en una fase de mucha vulnerabilidad) que autopublicar era un harakiri si quería ser escritora y decidí creerle antes que a mi instinto. Atravesé (con mucho compromiso hacia la sanación) un diagnóstico de Transtorno de ansiedad generalizada y depresión. } En fin. Cosas.
Y las cosas que nos pasan, toman tiempo.
El caso es que antes de ambicionar y pretender algo con mi escritura,
antes de que los followers y los likes fueran tan adictivos,
antes de hacer de la generación de contenido un trabajo que me genera culpa cuando no lo hago,
antes de que todas quisiéramos hacer podcast y talleres y ser terapeutas de reel,
antes de que la vida privada fuera una moneda de cambio;
y de que “tener un propósito en la vida” fuera un mandato y condición para el éxito,
mucho antes de todo eso -de lo que por supuesto, hago parte-,
yo solo quería escribir.
Y eso es algo que no quiero volver a olvidar.
Cuando miro hacia atrás y releo aquellas entradas y Elogios, me doy cuenta de que mi proceso creativo con la escritura (y con la vida) nunca ha consistido en “saber cosas” para entregarlas al mundo, sino en notar cosas.
Escribo acerca de lo que noto. Escribo para darme cuenta.
Mi inspiración; lo que me mantiene conectada a la vida al fin y al cabo, son cosas fugaces que cuando presto atención me resultan muy verdaderas.
Quizá por eso escribo, para eternizarlas.
Así surgió Elogio a la cotidianidad en un principio: notar cosas y tomar notas sobre esas cosas.
Y luego quizá compartirlas o mirar hacia atrás años más tarde y leer algo, y sorprenderme por lo que hay allí. Por lo que pude capturar en ese momento. Porque no sabía que lo sabía.
Ese es el misterio de crear. Y creo que esa es la razón principal por la que escribo: para aprender de lo que no sabía que sabía. Para darme cuenta.
Así que estás son las cosas que he notado últimamente:
1. Otra vez quiero irme de instagram y no me atrevo
Durante semana santa nos fuimos de roadtrip por el País vasco. La región de España que es como mi hábitat soñado. Verde, muchos verdes, montañas interminables, rutas de senderismo por todas partes, bosques, museos, flores, pescado, playas y mar.
Comencé a compartir mi viaje -ese que tanto anhelaba para desconectar y descansar- por stories. Siempre lo he hecho. Observar, tomar fotos, caminar por todas partes, entrenar el asombro y subir fragmentos a stories.
Pero de repente me empecé a notar super ansiosa.
La gente me respondía cosas bonitas, me hacían preguntas, intentaba responder, estar atenta a mi viaje, hacer fotos, videos, pensar en material para “contenido”, mostrar, ver, estar. Todo a la vez. Hasta que un día, caminando por una ruta de montaña, vimos a una chica subir por delante de nosotros con su perro.
Se notaba que era una ruta habitual para ella, que conocía el camino. Así que la seguimos. Cuando llegamos arriba del todo, el paisaje era espectacular. Un acantilado con el mar abajo y la montaña de fondo. De esos para los que la única palabra posible es un suspiro porque el “wow” se queda corto y solo hace ruido.
Cuando llegamos nos encontramos con un grupo de adolescentes que se estaban haciendo fotos con el paisaje. Inmediatamente pensé “yo también quiero”. La chica intentaba abrirse paso para sentarse en una esquinita de las rocas. Y uno de ellos, al verla sola le preguntó si quería una foto. “No, gracias. Solo vengo a contemplar”. Y me conmovió tanto. Porque supe que quería ser como ella. Supe que eso era lo que yo necesitaba a gritos. Ese era el origen de mi ansiedad.
Me di cuenta que en lugar de contemplar, me he estado volviendo una espectadora de mi propia vida y tal vez, lo que quiero es caminar por la montaña todos los días con la música de mi respiración. Sin teléfono, sin cámara, con la única compañía de un perrito y mi botella de agua. Sentarme ahí, darle la espalda a todo lo que me roba la presencia, a todo lo que me hace sentir que me estoy quedando atrás, que me pierdo de algo. Llegar ahí con la fuerza de mis muslos y el sudor como recompensa.
Darle la espalda a las notificaciones que me hacen sentir que si no publico, si no hago, si no soy constante, me voy a volver irrelevante. Que si no produzco la membresía, el post, el podcast, el newsletter, el libro; entonces no estoy “creando”. Que la creatividad se me está oxidando y que ya hay doscientas cuentas de instagram que hablan de lo mismo que yo. Mientras “pierdo el tiempo” mirando a una chica sentada en una roca, disfrutar del paisaje más hermoso y me pregunto ¿y eso no es acaso crear?
Así que le tome una foto (ella no lo supo), desinstalé un par de apps y apagué el móvil. Y cuando ella se fue, me senté en ese mismo lugar y no sé cuando tiempo pasó pero tuve muchas ganas de llorar recordando las palabras de Marina(caminar en belleza) diciendo que a veces llega un momento en que tenemos que descansar de lo amamos y me di cuenta que necesito descansar de aquello que encarcela y reduce mi identidad a un “@”.
Hay una pulsión innata en nosotras por aprender e interesarnos por el mundo y las demás personas. Hay una necesidad natural de conectarnos. Y es por esa razón que escribo esto y uso redes sociales.
Y aunque una parte de mí lo disfruta MUCHO, hay otra parte mía que sabe que plataformas como Instagram y Tiktok se alimentan de esos intereses y necesidades, y nos ofrecen esa posibilidad cada día, desde que abrimos los ojos, hasta que nos metemos en la cama. Pero a cambio, nos secuestran la atención y el tiempo.
Nos hacen sentir aprobadas, vistas y amadas. Pero a cambio, debemos esforzarnos por generar gratuitamente contenido de valor, todo el tiempo, aunque a este punto ya no sea más que la repetición de lo mismo (¡qué saturación!) y sino lo hacemos, nos frustra porque no logramos ser o tener aquello que nos dicen persuasivamente que tenemos que desear ser y tener.
Así que cada vez que me desconecto, me quiero quedar más así.
Contemplando el paisaje, abrazándome cuando viene el FOMO a matarme de ansiedad e inyectarme ideas de fracaso por comparación.
Escribiendo a mano, recordándome con compasión que la creatividad también se oxida por exceso de información. Horneando galletitas que a veces se me queman, saliendo a caminar sin teléfono, leyendo a bocanadas, NOTANDO cosas y viéndome como parte de ellas.
Elogiando la cotidianidad en mi libreta después de pasear por la montaña y escribiendo:
Todo es una forma de autoexpresión.
Existo como un ser creativo en un universo creativo.
Soy una obra de arte diminuta, dentro de una obra de arte que aun está siendo creada.
Sin embargo, desconectar por completo a veces me resulta utópico. Y tal vez lo que busco es aprender a retirarme de manera más sana cada vez.
Es decir, desconectar sin tener que surfear las olas de la culpa por “improductividad” y el maldito FOMO.
A propósito de desconectar y disfrutar:
Aun tenemos cupos para el viaje creativo que hago cada año al mágico Pacífico colombiano con mis amigos de Colombia Inspira.
Consulta fechas y detalles aquí:
2. Sobre poner la amistad en lugares no adecuados
Pronto cumplo 35, fuck! no quería decirlo y aquí estoy anunciándolo con megáfono. Cuando era más joven e ingenua decía que cuando tuviera 35 iba a ser un montón de cosas: la versión colombiana de Carrie Bradshaw, ejecutiva exitosa, mamá, terrateniente de una casa en la montaña, propietaria de un apartamento dúplex divino en la ciudad. En fin, de momento soy propietaria de un macbook air y una biblioteca que podría vender en algún arranque migratorio y soy madre de dos gatos. Me casé así que adiós Carrie y sexo en Nueva York y hola Sevilla con sus 45º a la sombra en verano.
Pero entre esas cosas que esperaba tener y que estaba segura que iba a tener era un grupo de amigas for ever and ever. Y resulta que no. Osea sí y no.
Uno de mis patrimonios más grandes es la amistad, pero desde hace un tiempo me he enfrentado a una verdad que me costó reconocer: así como caemos en las trampas del amor romántico también romantizamos la amistad.
Y en ambos casos, bebemos enceguecidamente de la misma fuente de toxicidad: la otra persona debe ceñirse a nuestro guión. Es decir, al peso de nuestras expectativas y necesidades afectivas, de lo contrario, no nos sirve.
Poco hablamos de la tusa o el despecho por amistad.
Recuerdo que hace algunos años -a raíz de leer La amiga estupenda de Elena Ferrante- tuve una conversación sobre el tema con una de mis interlocutoras favoritas y amiga María Montoya.
(Haciendo click aquí puedes escucharla)
Y en ella reflexionábamos sobre ese dolor inesperado de romper con una amistad y que en ocasiones, duele más que el de la ruptura de pareja.
Últimamente me he sentido como depurando mi dimensión de la amistad porque me doy cuenta que pongo mi disposición, a ese tipo de amor, en lugares “no adecuados”.
Me he sentido exigida y juzgada.
También me he sentido no escuchada y abandonada.
Me he sentido chupada por relaciones vampiras y no valorada.
Me he sentido usada y traicionada.
Y me he dado cuenta que aunque no todas las relaciones de amistad se sostienen de la misma manera, si la amistad es un lugar donde yo no puedo tener conversaciones profundas aunque resulten incómodas, entonces no es un lugar donde me pueda quedar.
Como también me he visto incapaz de sostener tantas amistades a la vez porque con los años -y esto es algo de los 35 quizá-, comienzas a acumular muchos recuerdos e historias con la gente con la que te has cruzado.
Eso significa que por un lado, las posibilidades de ser amada y decepcionada son directamente proporcionales al número de amistades que decidas cultivar pero además; la energía, tiempo y compromiso que esas relaciones requieren, son tan diversas como esas personas lo son en sí mismas.
Por eso, unas de las lecciones más importantes que estoy aprendiendo son:
Bajar del altar a muchas personas cuyo rol en mi vida tenía idealizado pero más importante aún, dejar de idealizar el concepto de amistad como tal. Porque por más que queramos, no es invencible ni eterna.
Todas las relaciones son asimétricas. Pero hay algunas asimetrías que deshilachan el tejido de la relación y mutilan a ambas personas involucradas. En ese caso, el acto de amor-amistad más digno es poner límites. Aun cuando ese límite sea marcharnos.
Y esta es quizá una pregunta ¿cómo preservar la santidad de la amistad para que no sea aplastada bajo el peso de expectativas desiguales?
Quizá no tengo la respuesta pero por ahora solo quiero estar donde puedo ser.
Solo quiero estar allí donde y con quien pueda sentirme aceptada y no juzgada; bienvenida y no exigida
escuchada y no desgastada por el esfuerzo de llamar la atención;
acogida y sostenida en lugar de aprobada y encajada.
Y sobre todo, quiero más que nunca que ese lugar; y esa persona sean en primer lugar, yo misma.
Por último te dejo este artículo de The Atlantic que me compartió Angie, mi amiga más antigua (por que eso de “mejor amiga” suena tan manido)
Conclusiones de estas notas dispersas:
la creatividad se oxida por exceso de información y la amistad se oxida por exceso de expectativas.
Serendipia o la caja de pandora, no lo se pero algo así me pasó muchas veces desde que inicie la pausa y me pasa hoy con este newsletters. Debo confesar que muchas veces abrumada por tanta información los correos pasan de mi bandeja de entrada a la papelera sin siquiera ser abiertos, guiada por ese afán de productividad que me da la ilusión de no tener tiempo. Sin embargo hoy fue diferente, desde el título que había olvidado “elogió a la cotidianidad “ me sentí atrapada, lo leí despacio, lo leí conscientemente, sin saltarme líneas, sin querer terminarlo pronto. Cada palabra fue recreando en mí un escenario que envidié, envidié la chica con su perro, la capacidad de estar ahí, presentes; sentí estas palabras como una respiración profunda, una sacudida, una pausa para observarme a mi misma en el piloto automático y ajustar. Amo profundamente como tus palabras transmiten escenarios, paisajes, emociones y cómo nos permiten reflexionar sobre nuestra propia vida. Gracias por regalarnos la oportunidad de hacernos preguntas y de vernos reflejadas en tu propia experiencia ❤️
A cabo de leer esto, y como dice cindy en otro comentario: lo leí con calma, con pausa, queriendo leerlo. porque me atrapo, me identifiqué como si estuviera en el registro civil digital donde a uno le ponen etiquetas que le marcan de por vida para siempre. Sentí el tema de la amistad como algo tan mio y latente que circula de la mano con mi sangre. Sentí el tema de las redes sociales como ese murmullo que se aparece en las noches de insomnio y el corazón acelerado que he tenido en los últimos días. Sentí Caro y te sentí. Gracias.