Aprender a abordar un tren en movimiento
Sobre mi viaje medicinal de Ayahuasca y la razón por la que muchas de nosotras nos sentimos tan cansadas actualmente. Hoy propongo que te hagas un café o té para leerlo.
Banda sonora de este post: Música para estar presente
Estoy flotando en una hamaca colgada dentro de una maloka. No sé cuanto tiempo ha pasado. Es mi primera ceremonia de Ayahuasca o Yagé, como le llaman en Colombia. Por fin, me sentí lista y el Yagé me convocó.
Escucho a un par de personas del grupo aliviar (vomitar), otras gimen, sollozan. Cada quien en su viaje. Yo no alivio pero tengo frío y una especie de terremoto interno que me hace temblar.
Mi 2024 comienza en Colombia con este viaje-de-viajes no planeado, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Un viaje al que pedí e intencioné: conectar con mi fuerza.
Intento levantarme y salir de la maloka para ver el cielo de luna nueva, pero al caminar siento que se mueven la placas tectónicas. Me da risa y susto. Todo mi cuerpo está poseído por una borrachera. Sin embargo, siento la consciencia expandida.
Veo líneas de tiempo, mi pasado, mi futuro. Niños kogui vienen y me entregan mensajes que me hacen llorar. Hago preguntas a la planta del Yagé y esta, me responde. Me río.
Veo las estrellas, todas, azul neón y el cielo gira en espiral. Por momentos, mi piel también es azul como el azul que hay por dentro del fuego. Regreso a la hamaca. Todo se tiñe de azabache y tengo otra pinta (alucinación, visión).
Una figura felina comienza a caminar hacia mí. Cambia de color y forma, a veces es jaguar, a veces tigre, pantera. Hasta que finalmente es una leona. Una leona de piel tornasolada. Se acerca todo lo que puede, me huele, se aleja, me huele, retrocede otra vez. Lo hace tres o cuatro veces. Y yo, que no puedo más de la curiosidad y el asombro, intento tocarla.
La leona imita mi movimiento. Los imita todos, sin retraso. Lo hace al instante, como si supiera lo que voy a hacer a continuación, como si… un momento. Me doy cuenta:
es un espejo.
Soy yo.
La leona soy yo.
Soy Yo.
Entonces, la pinta me expulsa de su mundo. Como si alguien diera una orden: “ya ha visto suficiente”.
Y vuelvo a este planeta. Estoy en la hamaca, tiritando de frío y miedo. Y mientras me levanto para ir a la fogata lo entiendo todo:
Soy una leona. Es decir, soy fuerte. Como ella.
Yo ya soy fuerte
¡Es que yo ya soy fuerte!
Más tarde, cuando empieza a despuntar el sol, experimento una felicidad agradecida de la que no tengo recuerdo similar.
Sonrío y lloro pasito mirando la selva.
Me siento como una espía que se coló en un mundo de felinos iridiscentes.
Un espejo humano frente a una leona tornasolada.
Una vagabunda que viaja en regresiones de recuerdos y ráfagas de imágenes dinámicas que se centrifugan hacia el infinito a través de un bejuco de DMT.
Escribo en mi diario:
La tierra está llena de umbrales donde la belleza espera la reverencia de mi asombro para abrirme sus puertas.
Hacer espacio para que todo ocurra.
Mi 2024 no solo comenzó bajo el efecto medicinal de la Ayahuasca y una fascitis plantar que me impedía apoyar el pie sin dolor desde hace cuatro meses. Comenzó con la sensación de que me estoy bajando de un tren porque me di cuenta que no va a dónde quiero; y subiéndome a otro, que ya está en marcha, y de pronto “me deja”.
Caminar hacia una leona en medio de la negrura espesa de la selva tiene mucho que ver con el miedo. El miedo como reacción natural de acercarse a una verdad difícil.
¿Para qué pide uno fuerza si no es para atravesar lo difícil?
Raras veces se nos dice que nos acerquemos más, que sigamos allí, que nos familiaricemos con el miedo, que en ese contacto íntimo los dramas personales colapsarán y entonces la nueva vida que los rodeaba podrá alcanzarnos.
El Yagé me mostró una verdad:
Que todas las dimensiones de mi vida se están derrumbando: relacionales, profesionales, mis Dónde, mis Cómo, mis Con quién y mi Hacia dónde.
Y que la fuerza que pedí significa tener el coraje de morir, de morir continuamente.
No estoy preparada para contar detalles aquí.
Solo diré que el presente es un lugar muy vulnerable:
Una se pregunta si volverá a ser tan feliz/amada/abundante/activa alguna vez
Hay una sensación huérfana de no tener dónde agarrarse (aunque… ¿para qué agarrarse?)
Y el no saber se hace sitio en la primera fila de la vida y de hecho, se sube al escenario y se apodera del espectáculo
Me han dicho que es el septenio que estoy viviendo y que plutón en acuario es lo que trae. Que es un año 8 y que estoy galopando a través de mi noche oscura del alma.
Lo cierto es que estoy muy viva y por eso estoy muriendo. Lo natural es que las cosas muten, se pierdan. No al contrario.
“Que todo se venga abajo es una prueba y también es curación”
dice la maravillosa Pema Chödrön.
Malegría
No sé si serán los años o mi curiosidad apasionada por la naturaleza de lo sanador y las formas particulares en que podemos crear desde ahí, pero todo esto que nombro me tiene experimentando la vida desde una melancolía alegre: una malegría.
Rebecca Solnit dice que ese tipo de tristeza es un efecto secundario de ver la vida como una obra de arte:
ver cómo las cosas más profundas de nuestra vida crean pigmentos y formas, con toda su capacidad de juntar placer, dolor, gratitud, perdida, gozo, fuerza, incertidumbre y vulnerabilidad.
Ya están abiertas las inscripciones de Y&E CICLO FEB-MARZO 2024.
CLICK AQUÍ PARA SUMARTE
‘Change fatigue’ o Fatiga por el cambio: cuando la capacidad adaptativa se nos agota
Llevo 1 mes y medio sin instagram.
(En mi próximo newsletter contaré sobre este experiemento).
Lo cierto es que al haber prescindido de algo que se estaba volviendo una distracción en mi vida me he dado cuenta de algo de lo que no me había percatado:
Estoy agotada de cambiar / Estoy cansada del cambio.
Estoy atravesando tantos cambios y movimientos geográficos, vinculares, espirituales, emocionales y mentales; y el mundo se está transformando tanto que el consumo constante de información, me tenía sobrecargada.
Esto no me estaba dejando ni digerir mis cambios.
Ni sanar la fascitis plantar de mi pie.
Ni responsabilizarme de tomar decisiones fundamentales que llevaba años aplazando por permanecer distraída de mi propia vida.
Ni hacer digestión de lo que realmente quiero.
Imagina que cada mañana, tienes que volver a aprender todo lo que sabes. Cómo levantarte de la cama, cómo abrir el grifo, cómo cepillarte los dientes, cómo preparar café, cómo abrir una puerta. Sería imposible funcionar.
Todos los cambios, incluso los positivos, tienen un costo.
Ya sea que nos enfrentemos a transiciones personales (un divorcio, la maternidad, una nueva ciudad, emprender) o experimentemos transformaciones sociales más amplias, cada cambio obliga a nuestro cerebro a adaptarse: nuevas vías neuronales.
Un esfuerzo de plasticidad y creatividad hermoso para reducir la bendita incertidumbre.
Pero ¿qué pasa cuando las cosas siguen cambiando? Cuando no podemos confiar en los patrones de antes porque ahora toca aprender otro y adaptarnos una y otra vez…
Poco a poco, nuestra capacidad para afrontar el cambio se erosiona. Cada nuevo cambio requiere aún más esfuerzo: sobrecarga cognitiva.
Sentimos resistencia, apatía o resignación. Si esto continúa por mucho tiempo, es posible que incluso nos quememos. [Boooom, Burnout!] Y entonces: depresión, ansiedad etc.
Como suele ocurrir cuando se trata de salud mental, ser consciente de la causa es un primer paso esencial. Luego, el cambio requiere otro esfuerzo:
Cambiamos nosotras mismas.
Cada cambio recluta nuestros sistemas adaptativos físicos, mentales, emocionales. Es un proceso creativo.
Esta es la razón por la que muchas de nosotras nos sentimos tan cansadas actualmente: nuestro cuerpo está diseñado en su mayoría para hacer frente a cambios repentinos, pero no a turbulencias prolongadas.
El cambio constante es un factor del agotamiento del hablamos poco… estamos demasiado distraídas para prestarle atención
Cómo gestionar la fatiga del cambio
La fatiga por el cambio surge principalmente cuando sentimos que no tenemos el control del caos interminable que sigue descarrilando nuestras rutinas y nos obliga a adaptarnos constantemente.
En lugar de resistirnos al cambio, la creatividad es una manera de navegarlo que conduce al crecimiento personal.
Acepta el cambio. Esto se conoce como la paradoja de Stockdale. El almirante Jim Stockdale era un oficial militar que estuvo encarcelado en un campo de prisioneros de guerra durante ocho años durante la Guerra de Vietnam. Atribuyó su resiliencia a una forma de pensar que puede parecer contradictoria: “Nunca debes confundir la fe en que al final prevalecerás –que nunca puedes permitirte perder– con la disciplina para enfrentar los hechos más brutales de tu realidad actual. sean lo que sean”. Aceptar el cambio es reconocer lo peor y al mismo tiempo esperar lo mejor.
Abraza el cambio. Más allá del cambio de mentalidad de aceptar que el cambio, bueno o malo, es una parte integral de la vida, el siguiente paso es aprovechar la oportunidad de aprender a hacer las cosas de manera diferente. El cambio es un maestro difícil, pero un maestro al fin y al cabo.
2 formas eficaces de desaprender viejos patrones y volver a aprender patrones nuevos son:
-Practicar la metacognición: observar nuestro propio pensamiento. Esto es practicar mindfulness, técnicas de consciencia corporal, y por supuesto hacer journaling.
-Trata este proceso como un experimento en el que tu vida es un laboratorio gigante y ‘el fracaso’ es una manera de recopilar datos para incorporar en el próximo proyecto creativo.Fomenta el cambio. El último paso es convertirnos nosotras mismas en un agente de cambio. Quizás no podamos alterar el curso de los grandes cambios pero podemos aprovechar la situación para probar algo nuevo y go with the flow o incluso, apoyar a otros a través del cambio. ¿Hay algún conocimiento o don que pueda compartir con otros?
(Creo que por eso es que hago los ciclos de Yoga & Escritura)
Soltar el látigo. La capacidad adaptativa de cada persona se agota de diferentes maneras, y no es necesario superar las tres etapas si no se tiene la capacidad mental y emocional para hacerlo. Aceptar el cambio ya es una hazaña. Lo más importante es activar la autocompasión y la red de apoyo a tiempo y descansar en la idea de que estamos haciendo lo mejor que podemos.
Entregar el timón. “Para que aparezca el arte, nosotros debemos desaparecer”, dice Stephen Nachmanovitch en el libro Freeplay.
Ahora mismo me siento como una leona-luciérnaga.
Corro por la selva de noche y a ratos me pongo en manos del misterio. Me apago y me enciendo, me apago y me enciendo. Estoy presente en la acción y luego ausente para que el gran misterio divino haga su parte.
Yo que no sé de música -más que escucharla y bailarla-, me siento como afinando un instrumento musical, el instrumento soy yo. A medida que me muevo hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, el sonido que emito se va acercando a la vibración que busco... en la que me estoy convirtiendo.
Gracias por leerme, gracias por apoyar lo que hago.
Cuéntame de ti en los comentarios y si te inspira, COMPARTE :)
♡ Elogio a la cotidianidad y mi podcast siguen siendo 100% gratuitos.
Sin embargo, si mi trabajo te aporta e inspira, apóyalo para que siga vivo♡
Caro, vi por Instagram que había nueva newsletter esta mañana, y no pude sentarme hasta recién (noche) a leerte tranquila con la playlist que sugeriste, y un tecito caliente. Gracias por compartir algo tan importante en tu vida como esta ceremonia, me hiciste viajar y sentirme también leona. Gracias, gracias gracias <3
"...me permito el cambio de perspectiva, el cambio no radical, un cambio imperceptible ante lo superficial, transformador ante mi presencia sobre este plano. Que a cada decisión de observar la belleza del presente, de la duda, se hace menos insufrible." Hoy escribí ♡